LO TRIBUTARIO (nº 256)

Por qué el IRPF (1): naturaleza y objeto del impuesto

Cuando se oye el deseo de que paguen más los que más tienen, el que algo sabe de la materia piensa que confunden patrimonio (lo que se tiene) con renta (lo que se obtiene). Como el profesor que lo explicaba diciendo que el peral es el capital y la pera la renta y esta fue la respuesta que algún alumno dio en el examen a la pregunta ¿qué es renta?.

En los trabajos de la reforma del sistema tributario de 1978 (desde entonces sólo ha habido modificaciones y la importante excepción de 1986 cuando se empezó a aplicar el IVA) se acordó: leyes cortas, textos claros, ubicación sistemática de los conceptos. Y, cumpliendo lo acordado al menos en el final, así se ha mantenido hasta la Ley 35/2006 que es el texto vigente. El artículo 1 LIRPF, señalando su naturaleza, dice de este impuesto es personal y directo y, señalando su objeto, dice que grava la renta de las personas físicas de acuerdo con su naturaleza y sus circunstancias personales y familiares. El objeto del impuesto (la renta ganada) se concreta en el artículo 2 LIRPF: los rendimientos, las ganancias patrimoniales y las imputaciones (v. art. 6 LIRPF), cualquiera que sea el lugar de procedencia y la residencia del pagador.

Hasta llegar a ese primer concepto, la Ciencia de la Hacienda recorre un largo camino. Las necesidades humanas se satisfacen por el mismo que las tiene o por intercambio de prestaciones con otro o por actuación colectiva. Esta última exige una ordenación jurídica para la toma de decisiones y la posibilidad de coacción legal para exigir su cumplimiento por todos. Los tributos (impuestos, exacciones, contribuciones especiales y tasas: art. 2 y D.Ad. 1ª LGT) son el ejemplo más claro de exigencia coactiva, legal y lícita, de la contribución al sostenimiento de los gastos públicos (art. 31 CE). El conjunto de estas exigencias forma el sistema tributario que debe ser justo y que no debe ser confiscatorio (art. 31 CE y art. 3.1 LGT). En general, los tributos se establecen atendiendo a la capacidad económica, pero también es posible que un tributo se justifique por el beneficio que obtiene el que debe pagar (en parte así ocurre con las tasas y las contribuciones especiales) o para la consecución de un fin, como ocurre con los impuestos “no fiscales” afectados en su recaudación a mejorar el medio ambiente.

Al establecer los impuestos según la capacidad económica hay tres índices de referencia básicos: lo que se tiene (patrimonio), lo que se gana (renta ganada, herencias, donaciones) o lo que se gasta. Aunque muchos viven de apariencias esos índices son manifestación de la capacidad económica: directa (patrimonio, renta ganada) o indirecta (gasto). Elegido el criterio de renta ganada, aunque se puede exigir la tributación por cada obtención (impuesto real), lo justo es atender a toda la renta obtenida en un tiempo determinado (período impositivo) por cada persona (impuesto personal). Y en esa tributación personal la Justicia exige atender a las circunstancias personales y familiares de cada uno (impuesto subjetivo) a diferencia de cuando se atiende a los gastos (impuesto objetivo). La ley de las utilidades marginales decrecientes (cada nueva unidad de renta obtenida tiene menos utilidad que la anterior) enseña que no es justo que todos tributen la misma cantidad cualquiera que sea la renta que obtienen; tampoco es justa la exigencia de tributación en proporción a la renta obtenida. Lo justo es que el obtiene más tribute “más que proporcionalmente”, aplicando tipos crecientes (progresividad).

Y, luego, está la generalidad: que todos tributen igual en todo el territorio nacional.

DE LO HUMANO A LO DIVINO

Como para mantener vivo el fuego de la tributación, aún en tiempos de gobierno en funciones menudean noticias tributarias. En la UE han hecho cálculos y en España no se ha recaudado tanto IVA como debería a la vista de magnitudes como la producción, la demanda y el consumo. Se ha mejorado, pero aún falta. Al cabo de muchos años de sospechas o de investigación parece que se instruirán diligencias para un conocido empresario. Con conocimiento de lo que es asunto verdaderamente importante y como paso para la pretendida independencia, se tramita la aprobación de una ley de Hacienda propia, con una Administración que gestionará y recaudará los impuestos “estatales”.

El cristiano sabe que cristianismo es amor, porque Dios es amor (1 Jn 4, 8 y 16). Por amor, Dios, Santísima Trinidad, creó el mundo, al hombre y a la mujer (Gn 2, 7 y 22). Por amor, el mismo Dios, en la persona del Hijo, se hizo hombre, encarnándose en el seno de la Virgen María (Lc 2,7), naciendo en Belén, viviendo (Lc 2,51) y trabajando (Mt 13, 55) en Nazaret durante una treintena de años y, en su vida pública, enseñando y haciendo el bien (Mt 4,23), y sufriendo la Pasión y la muerte en la Cruz para redimir y salvar al mundo, y resucitando al tercer día como estaba anunciado en la Escritura (Lc 24,7) para enseñarnos el camino y abrirnos las puertas del cielo, para estar con Él, y con todos los santos y los ángeles, para siempre. “Me enseñas el sendero de la vida, me sacias de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (salmo 16,11).

Dios nos amó primero (1 Jn 4,19). A Dios se va por el amor que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones (Rm 5,5). En Dios, como hijos suyos (1 Jn 3,1), y con Dios (1 Jn 4,15) se vive amándolo y amando a los otros como Dios nos ha amado (Jn 15,12). Es conveniente confirmarnos frecuentemente en esa amorosa realidad y, en cada empezar (el curso, el año, la temporada, el tiempo litúrgico, cada mañana, durante el día y por la noche, cada tarea). El cristiano puede y debe vivir esa experiencia: Dios mío, creo que estás aquí, que me ves, que me oyes. Creo que soy hijo tuyo. Creo que para los que aman a Dios todas las cosas cooperan al bien (Rm 8,28). Y esa experiencia, vivida como el respirar, nos ayudará a ser amables, a comprender, a ayudar, a perdonar y a pedir perdón, a hacer bien nuestro trabajo sin perder el tiempo que es otro regalo de Dios, a procurar la mejora en nuestra formación profesional, a estudiar más y mejor si es nuestro deber, a manifestarnos como enamorados de Dios.

Vivir la caridad. “La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Co 13, 4-7)

Y amar generosamente: “No me mueve, Señor, para quererte/ el cielo que me tienes prometido,/ ni me mueve el infierno tan temido/ para dejar por eso de ofenderte./ Tú me mueves, mi Dios, muéveme el verte/ clavado en esa cruz escarnecido/. Muéveme ver tu cuerpo tan herido/. Muevenme tus afrentas y tu muerte./ Muéveme, en fin, tu amor en tal manera/ que si no hubiera cielo yo te amara,/ y si no hubiera infierno te temiera./ No me tienes que dar porque te quiera/ porque si cuanto espero no esperara,/ lo mismo que te quiero te quisiera.” (Anónimo, publicado por Antonio Rojas en el año 1628)

Y anonadarse por tanto amor recibido: “En este trueque de amor/ no es mi falta,/ es tu abundancia/ lo que me asusta, Señor” (José María Pemán)

LA HOJA SEMANAL
(del 19 al 24 de septiembre)

Lunes (19)

San Jenaro, obispo y mártir (25ª TO)
Palabras: “Nada hay oculto que no llegue a descubrirse” (Lc 8,17)
Reflexión: Dios ve en el interior, en lo escondido. Nada se le oculta
Propósito, durante el día: Actos de presencia: Creo que me ves, que me oyes

Martes (20)

San Andrés Kim, Pablo Chong y compañeros mártires en Corea (25ª TO)
Palabras: “Mi madre y mis hermanos son éstos...” (Lc 8,21)
Reflexión: ... los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”
Propósito, durante el día. Presencia de Dios: ofrecer cada tarea, el cansancio, las penas

Miércoles (21)

San Mateo, apóstol y evangelista (25ª TO)
Palabras: “Sígueme” (Mt 9,9)
Reflexión: Se levantó y lo siguió
Propósito, durante el día: Dios mío: lo que quieras, como quieras, cuando quieras

Jueves (22)

San Landelino, ermitaño (25ª TO)
Palabras: Y tenía ganas de ver a Jesús (Lc 9,9)
Reflexión: Herodes, que ordenó decapitar a Juan el Bautista, sentía curiosidad
Propósito, durante el día: Dios mío, que te busque, que te encuentre, que te trate

Viernes (23)

San Pío de Pietrelcina, confesor (25ª TO)
Palabras: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (Lc 9,18)
Reflexión: Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios
Propósito, durante el día: Dios mío, que dé testimonio de fe, de tu amor

Sábado (24)

Nª Sª de la Merced (25ª TO)
Palabras: “Al Hijo del hombre lo van a entregar” (Lc 9,44)
Reflexión: Pero los discípulos no entendían y les daba miedo preguntarle
Propósito, durante el día: Madre mía, ayúdame a aceptar la voluntad de Dios

(la reflexión y el propósito los fija cada uno, claro)

Las lecturas del día 18, domingo (25º TO, ciclo C) nos hablan de la responsabilidad de cada uno: “El Señor no olvidará vuestras acciones” (Am 8); “Te ruego... que hagáis oraciones... por todos los que ocupan cargos (1 Tm 2); “Ganáos amigos con el dinero injusto” (Lc 16). Con los medios mundanos (dinero “injusto” es el “no santo”) podemos hacer obras buenas para ir al cielo: en la familia, en nuestras obligaciones, en la caridad.

PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO

- “Queridos hermanos y hermanas, también para nosotros hay momentos de cansancio y desilusión. Recordemos entonces estas palabras del Señor, que nos dan tanto consuelo y nos ayudan a entender si estamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del bien. Efectivamente, a veces nuestro cansancio está causado por haber depositado nuestra confianza en cosas que no son lo esencial, porque nos hemos alejado de lo que vale realmente en la vida. Que el Señor nos enseñe a no tener miedo de seguirle, para que la esperanza que ponemos en Él no sea defraudada. Estamos llamados a aprender de Él qué significa vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia. Vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia: vivir de misericordia es sentirse necesitado de la misericordia de Jesús, y cuando nosotros nos sentimos necesitados de perdón, de consolación, aprendemos a ser misericordiosos con los demás. Tener la mirada fija en el Hijo de Dios nos hace entender cuánto camino debemos recorrer aún; pero al mismo tiempo nos infunde la alegría de saber que estamos caminando con Él y que no estamos nunca solos. Ánimo, entonces, ¡ánimo! No nos dejemos quitar la alegría de ser discípulos del Señor.” (Audiencia general, día 14 de septiembre de 2016)

- “232. La historia de una familia está surcada por crisis de todo tipo, que también son parte de su dramática belleza. Hay que ayudar a descubrir que una crisis superada no lleva a una relación con menor intensidad sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión. No se convive para ser cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo, a partir de las posibilidades que abre una nueva etapa. Cada crisis implica un aprendizaje que permite incrementar la intensidad de la vida compartida, o al menos encontrar un nuevo sentido a la experiencia matrimonial. De ningún modo hay que resignarse a una curva descendente, a un deterioro inevitable, a una soportable mediocridad. Al contrario, cuando el matrimonio se asume como una tarea, que implica también superar obstáculos, cada crisis se percibe como la ocasión para llegar a beber juntos el mejor vino. Es bueno acompañar a los cónyuges para que puedan aceptar las crisis que lleguen, tomar el guante y hacerles un lugar en la vida familiar. Los matrimonios experimentados y formados deben estar dispuestos a acompañar a otros en este descubrimiento, de manera que las crisis no los asusten ni los lleven a tomar decisiones apresuradas. Cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón.

233. La reacción inmediata es resistirse ante el desafío de una crisis, ponerse a la defensiva por sentir que escapa al propio control, porque muestra la insuficiencia de la propia manera de vivir, y eso incomoda. Entonces se usa el recurso de negar los problemas, esconderlos, relativizar su importancia, apostar sólo al paso del tiempo. Pero eso retarda la solución y lleva a consumir mucha energía en un ocultamiento inútil que complicará todavía más las cosas. Los vínculos se van deteriorando y se va consolidando un aislamiento que daña la intimidad. En una crisis no asumida, lo que más se perjudica es la comunicación. De ese modo, poco a poco, alguien que era “la persona que amo” pasa a ser “quien me acompaña siempre en la vida», luego sólo «el padre o la madre de mis hijos”, y, al final, “un extraño”.(Exh. Ap. Postsinodal “Amoris laetitia” “Sobre el amor en la familia”)

(18.09.16)

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