LO TRIBUTARIO (nº 146)

La otra LGT (2): Recargos y sanciones

Los tributaristas viejos distinguen entre la LGT/1963, que algunos llaman “de los maestros”, y la LGT/2003, que también se conoce como “de la AEAT”. Es fácil comprobar que la LGT/1963 era una ley básica, estable, transida por el Derecho, mientras que la LGT/2003 es un manual de instrucciones para la gestión tributaria, que se puede cambiar cuando convenga porque no padece nada esencial. Esa constatación no impide otras consideraciones: desde el desfase con la actualidad de la LGT/1963 a la acertada estructura y buenas definiciones de la LGT/2003, aunque adolece de autoritarismo conceptual (como la referencias a la Administración tributaria o a los obligados tributarios) y práctico (desconfianza –veracidad- y limitaciones –opciones- en las declaraciones de los contribuyentes, automatismo en las sanciones, recursos de alzada y revisión en las reclamaciones)

En la LGT/1963 el contribuyente sólo estaba obligado a declarar los hechos que conocía, de modo que la infracción tributaria se tipificaba (art. 79) como no declarar o declarar de forma incompleta, fraudulenta o inexacta. Y sus obligaciones accesorias (art. 35) se referían a pagar la deuda tributaria, presentar declaraciones y comunicaciones, llevar y conservar los libros, registros y documentos establecidos, facilitar las inspecciones y comprobaciones y dar la información exigible. Las autoliquidaciones eran la excepción a la regla y su exigencia se debía establecer por ley (art. 10). En la mayoría de los impuestos el contribuyente declaraba (art. 102), la Administración comprobaba por medio de la Inspección (arts. 109 y 110) y el procedimiento concluía con la liquidación practicada por un órgano de Gestión o por prescripción (art. 120). Sólo entonces se abría un período voluntario de ingreso de la deuda liquidada que, en caso de incumplimiento, llevaba al período ejecutivo y al procedimiento de apremio. Para las declaraciones con autoliquidación del impuesto (ITE, IGTE...) se establecían los correspondientes plazos y la exigencia de un recargo de prórroga si el ingreso se hacía fuera de plazo. Las autoliquidaciones no tenían la consideración de liquidaciones provisionales y no se podían impugnar. Se podía pedir la corrección de errores de hecho, materiales o aritméticos. Al tiempo de la liquidación por la Administración se podía decidir y cambiar sobre aspectos contenidos en la autoliquidación. Para poder exigir el pago de deudas autoliquidadas y no ingresadas era obligado practicar la correspondiente liquidación.

La generalización de la obligación de autoliquidar y la conveniencia de eliminar el recargo de prórroga, fueron causa de cambios esenciales. Hubo que diferenciar (art. 61): cuando hubo previo requerimiento (sanción), la presentación sin ingreso (liquidación y recargo) o con ingreso. Se pasó del recargo de prórroga del 5%, al interés del 10% en todo caso (con evidente exceso financiero), a recargos disuasorios según el retraso (por ser sancionador se eliminó el del 50%) y además intereses en la mayor demora. Se tenía conciencia de que la deuda autoliquidada por el contribuyente no era “la deuda ajustada a Derecho” para cuya determinación sólo es competente la Administración.

Voz en off. La LGT tipifica como infracción (art. 191.6) el ingreso extemporáneo espontáneo si no se indica en la declaración su contenido (art. 27.4) y, en vez de recargo, se impone sanción. La jurisprudencia dice que sólo existe voluntad de regularización si así se indica. Eso es someter la esencia a las formalidades.

DE LO HUMANO A LO DIVINO

En cambios en la ideología gobernante se han decidido auditorías del “pasado fiscal” porque, aunque lo hecho fuera “legal”, una asamblea popular escogida puede acordar que era “ilegítimo”, como si la representación democrática no lo fuera.

El cristiano, que sabe que está llamado a dar testimonio de Cristo con su vida, con sus obras, en medio del mundo, en su familia, en su trabajo, con las personas con las que se relaciona y aún con muchas otras que le conocen aunque él no se dé cuenta, busca a menudo como referencia las cartas que hace dos siglos escribieron los apóstoles y que aquí y ahora él puede considerarlas recibidas. Por eso se alegra cuando lee que Pablo se refiere a él “amado de Dios, llamado a ser santo” (Rm 1,7) o también: “a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos” (1 Co 2) o “a los santos y fieles hermanos en Cristo” (Col 1,2) o “Amados por Dios, que habéis sido elegidos” (1 Tes 1,4). Y el cristiano se alegra también cuando comprueba al llegar a la conclusión de las cartas que san Pablo se dirige a ellos, como a quienes se saben llamados a la santidad por Dios y se esfuerzan por superar sus frecuentes fallos y las propias debilidades para ser fieles a Dios, y se despide así : “saludad a todos los santos en cristo... También os saludan todos los santos...” (Flp 4,21) o “Todos los santos os saludan” (2 Co 13,12)

No hay una vana complacencia, no hay soberbia farisaica (“Oh, Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano: Ayuno dos veces por semana...”, cf. Lc 18,11) en el sentimiento de saberse llamado a la santidad. Hay conciencia del propio y vital compromiso de seguir los pasos de Cristo en la tierra porque esa ha sido la llamada de Dios a cada uno. Ese seguimiento no es cómodo. Por dos veces se lee en el Evangelio de san Mateo: “Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mi. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda por mí su vida, la encontrará” (Mt 10,38-39); y: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a si mismo, que tome su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. Porque ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida?...” (Mt 16, 24-27). También las cartas apostólicas ofrecen una buena explicación para esta alegría, en el animoso esfuerzo para no caer, para levantarse, para seguir: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió, en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado, en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia, ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad...” (Ef 1,3-8). Considerando estos textos el cristiano piensa y decide: “Merece la pena”.

No faltan tampoco pasajes de las cartas apostólicas que provocan la reflexión: “la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo” (Tes 1,3). Nos llevan a examinar cómo es de operativa nuestra fe (Dios mío creo que estás aquí, que me ves, que me oyes), cuál es el grado de entrega de nuestro amor a Dios y a los demás (toma, Señor, mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer), con qué firmeza nos conformamos a la voluntad de Dios (lo que quieras, como quieras, porque Tú lo quieres). A menudo.

LA HOJA SEMANAL
(del 7 al 12 de septiembre)

Lunes (7)

Santa Regina virgen y mártir (23ª TO)
Palabras: “Había allí un hombre que tenía paralizado el brazo derecho” (Lc 6,6)
Reflexión: Escribas y fariseos al acecho... Se pusieron furiosos... Qué hacer con Jesús
Propósito, durante el día: Jesús, mi luz, mi fuerza; que te siga sin temor al que dirán

Martes (8)

Natividad de Nuestra Señora (23ª TO)
Palabras: “De la cual nació Jesús, llamado Cristo” (Mt 1,16)
Reflexión: Como si fuera el cumpleaños de nuestra Madre, la Virgen María
Propósito, durante el día: Mientras mi vida alentare, todo mi amor para ti, Madre mía

Miércoles (9)

San Pedro Claver S.I., presbítero (23ª TO)
Palabras: “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” (Lc 6,26)
Reflexión: Nuestros ídolos: placer, tener, gastar; el aplauso, la adulación
Propósito, durante el día: Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir

Jueves (10)

San Nicolás de Tolentino, confesor (23ª TO; Bto. Francisco Gárate, SI)
Palabras: “Sed compasivos... no juzguéis... perdonad...” (Lc 6, 38)
Reflexión: Os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante
Propósito, durante el día: No juzgar, no criticar, no condenar. Callar

Viernes (11)

Santa Teodora de Alejandría, mártir (23ª TO)
Palabras: “Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo” (Lc 6,42)
Reflexión: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo?
Propósito, durante el día: Misericordia de Dios conmigo. Pedir perdón, perdonar.

Sábado (12)

Santo Nombre de María (23ª TO)
Palabras: “Lo que rebosa del corazón lo habla la boca” (Lc 6,45)
Reflexión: Como si fuera el santo de la Virgen, nuestra Madre.
Propósito, durante el día: Madre mía, dame un corazón amable, comprensivo, generoso

(la reflexión y el propósito los fija cada uno, claro)

Las lecturas del domingo día 6 (23º TO, ciclo B) permiten recordar la vida del cristiano en el mundo, en la vida ordinaria: “Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes...“ (Is 35); “No juntéis la fe en Cristo ... con el favoritismo” (St 2); “Todo lo ha hecho bien” (Mc 7). Conformarnos con Cristo es procurar pensar, actuar, hablar, callar como el Él y, en Él. Y, metidos en su Corazón, pedirle gracia, perdón y ayuda; y por las familias.

PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO

- “Pero, ¡atención! Con estas palabras, Jesús quiere ponernos en guardia, hoy, para considerar si la observancia exterior de la ley es suficiente para ser buenos cristianos. Como entonces para los fariseos, existe también para nosotros el peligro de considerarnos igual o, lo que es peor, mejores que los otros por el solo hecho de observar las reglas, los usos, aunque no amemos al prójimo, seamos duros de corazón, seamos soberbios, orgullosos. La observancia literal de los preceptos es algo estéril si no cambia el corazón y no se traduce en aspectos concretos: abrirse al encuentro con Dios y con su Palabra en la oración, buscar la justicia y la paz, socorrer a los pobres, los débiles, los oprimidos. Todos sabemos, en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestro barrios, cuánto mal hacen a la Iglesia y dan escándalo las personas que se dicen muy católicas y van a menudo a la iglesia pero después, en su vida cotidiana, no cuidan de la familia, hablan mal de los otros y cosas parecidas. Esto es lo que Jesús condena, porque esto es un contra-testimonio cristiano.” (Angelus, en la plaza de San Pedro, el día 30 de agosto de 2015)

- “237. El domingo, la participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es el día de la Resurrección, el “primer día” de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda la realidad creada. Además, ese día anuncia “el descanso eterno del hombre en Dios”. De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte de nuestra esencia. De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío, sino también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio personal. La ley del descanso semanal imponía abstenerse del trabajo el séptimo día “para que reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el emigrante” (Ex 23,12). El descanso es una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los derechos de los demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y de los pobres.” (enc. “Laudato si´”, 24 de mayo de 2015)

(6.IX.15)

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