LO TRIBUTARIO
Reforma tributaria. IRPF (y 5): liquidando a la familia
Se dice en la presentación de la reforma del IRPF que la reducción de la carga impositiva será especialmente significativa “para los que soporten mayores cargas familiares”, en particular las familias numerosas”.Y, más adelante, se concreta: “En cuanto al tratamiento fiscal de la familia, se respeta tanto el concepto de mínimo familiar, como su forma de integración en el impuesto. De esta forma, la elevación del mínimo personas y familiar permite incrementar de forma significativa la progresividad del mismo... Adicionalmente a la aplicación de estos mínimos, con la finalidad de reducir la tributación de los trabajadores con mayores cargas familiares, se aprueban tres nuevas deducciones en la cuota diferencial que operarán de forma análoga a la actual deducción por maternidad, es decir, como verdaderos impuestos negativos. De esta forma los contribuyentes que trabajen fuera del hogar y tengan ascendientes o descendientes con discapacidad a su cargo o formen parte de una familia numerosa, podrán practicar una deducción en la cuota diferencial...” Pero no existe el “mínimo familiar”: la renta de subsistencia que no debe ser gravada, se concreta: en un mínimo personal (art. 57 LIRPF); y, en cuantía menor, si conviven con el contribuyente y no tienen una renta superior a la señalada, atendiendo a las economías de escala: en un mínimo, según su número, por cada descendiente menor de cierta edad o con discapacidad (art. 58 LIRPF) y en un mínimo por ascendiente, según la edad (art. 59 LIRPF). Por otra parte, aplicar la exención con progresividad (incluyendo como renta los mínimos para determinar el tipo de gravamen) supone, de hecho, reducir el importe excluido de los mínimos, a diferencia de lo que ocurre con las reducciones que cuyo importe queda fuera de gravamen eliminando la tributación según el tipo marginal, como ocurre, precisamente, en la reducción por pensiones compensatorias (art. 55 LIRPF) en caso de separación legal o divorcio. Fuera de la deducción por maternidad para madres trabajadoras (art. 81 LIRPF), la única protección familiar es la nueva deducción por descendientes o ascendientes con discapacidad y por familias numerosas (nuevo art. 81 bis LIRPF), mayor para las de categoría especial. En cambio se mantienen las discriminaciones para la familia.
La primera discriminación está en los rendimientos de actividad. En estimación directa (art. 30.2.2ª y 3ª LIRPF), al atribuir la renta sólo a un cónyuge, exigiendo condiciones y límites a la obtención por el otro cónyuge o por los hijos menores de edad que trabajen en la empresa familiar o que cedan bienes o derechos, cuando, al menos en el régimen de gananciales, señala el Código civil (art. 1347 Cc) que tienen tal carácter las empresas y establecimientos fundados durante la vigencia de la sociedad por uno cualquiera de los cónyuges a expensas de los bienes comunes (ap. 5º); y lo mismo cabe decir de los frutos, rentas e intereses que produzcan tanto los bienes privativos como los gananciales (ap. 3º). Por tanto la LIRPF no es sólo contra Derecho, sino contra la real capacidad económica. Y en la determinación del ámbito de aplicación de la estimación objetiva (art. 31.4ª LIRPF), al computar no sólo los datos de un cónyuge, sino también del otro y de los ascendientes y descendientes, sin que sea así para otras vinculaciones ajenas al parentesco. La segunda discriminación está en la tributación conjunta o separada que permite la ley (arts. 82 a 84 LIRPF) precisamente cuando existe una unidad familiar, impidiendo que, después de aplicado el impuesto de una forma, se pueda modificar después del plazo de declaración cuando así resulte una menor tributación. Es como si se entendiera que la tributación no debe ser la legalmente posible, sino la más gravosa.
DE LO HUMANO A LO DIVINO
Las últimas semanas están llenas de críticas, malos presagios y demandas de regeneración. Pero las noticias son buenas: la economía mejora, los casos de corrupción han sido descubiertos. Lo angustioso sería ir de mal en peor, conocer y soportar irregularidades impunes. Ahora se trata de hacer bien, todos, cada uno lo que debe.
La vida del cristiano que ha acogido la fe que se le ha dado sólo debe perseguir un fin: “Tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Co 10,31). Para vivir así, en estos días previos a la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, conviene tener presente las quince parábolas del Reino que proporcionan una guía segura de reflexión, partiendo de lo que es lo principal: “El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, en su alegría, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo (Mt 13,44). “Asimismo el Reino de los Cielos es como un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra” (Mt 13, 45-46)
Atender a la palabra de Dios. La parábola del sembrador nos sitúa en alguna de las situaciones: el que la oye y no la vive, el que la recibe con alegría, pero es inconstante y la abandona en tiempo de tribulación, el que se pierde en las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas y que la acoge y produce frutos (Mt 13, 3-9 y 18-23; v. Mc 4, 3-20; Lc 8, 4-15). Hemos de confiar porque la gracia hace que la palabra de Dios fructifique en el alma: “El Reino de Dios es como el hombre que echa la semilla sobre la tierra, y, duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo” (Lc 4,26-29; v. Mc 4, 26-29). “El Reino de los Cielos es como un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo; es, sin duda, la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas, y llega a hacerse como un árbol, hasta el punto de que los pájaros del cielo acuden a anidar en su ramas” (Mt 13, 31-32; v. Mc 4, 30-32; Lc 13, 18-19)
Todos somos llamados a vivir la santidad (1 Tes 4,3). Nos llama en cualquier momento, como a los viñadores (Mt 20, 1-16) y debemos ir con Él, aunque nos cueste, como el hijo que primero dijo “no” (Mt 21, 28-32), porque Dios nos invita a la alegría de las bodas del cielo y no debemos excusarnos como quien dijo que tenía que ir a su campo o quien tenía que ir a su negocio (Mt 22, 1-14; v. Lc 14, 15-24). El cristiano debe vivir en medio del mundo, aunque se haya sembrado también cizaña (Mt 13, 24-30 y 37-40), aunque en la red barredera haya también cosas malas (Mt 13, 47-50), y debe ser fermento de santidad, como la levadura que fermenta toda la masa (Mt 13, 33; v. Lc 13, 20). Y, acogiendo la vocación que Dios no hace, debemos utilizar los talentos que nos ha dado, muchos o pocos, pero que siempre pueden y deben producir frutos de amabilidad, de servicio a los demás, del trabajo bien hecho (Mt 25, 14-29; v. también la parábola de las minas en Lc 19, 11-27)
Si la prudencia es “conductora de las virtudes” (S. Bernardo), el cristiano debe vivir la fe que se le ha dado vigilante y prudente para evitar fallarle a Dios que nos ama, como hicieron las vírgenes de la parábola “porque no sabéis el día ni la hora” (Mt 25, 1-13). Y debemos pedir a Dios “más ayuda” para evitar la soberbia de los arrendatarios homicidas de la viña (Mt 21, 33-43; v. Mc 12, 1-12; Lc 20, 9-16) y para actuar siempre con la misericordia que no tuvo el deudor cruel (Mt 18, 23-35). Todo un plan de vida.
LA HOJA SEMANAL
(del 10 al 15 de noviembre)
Lunes (10)
San León Magno, papa y doctor de la Iglesia (s. 32ª TO; oración por los difuntos)
Las palabras: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5)
Reflexión: Si tuvierais fe como un granito de mostaza...
Propósito, durante el día: Reiterar, meditar, la fe del Credo que rezamos
Martes (11)
San Martín de Tours, obispo (oración por los difuntos)
Las palabras: “Pobres siervos somos, hacemos lo que debemos hacer” (Lc 17,10)
Reflexión: Hacer lo que se debe hacer y estar a lo que se hace
Propósito, durante el día: Ver en toda tarea y circunstancia la voluntad de Dios
Miércoles (12)
San Josafat, obispo y mártir (oración por los difuntos)
Las palabras: “Los otros nueve ¿dónde están?” (Lc 17,17)
Reflexión: Diez leprosos fueron curados. Sólo uno volvió alabando a Dios
Propósito, durante el día: Presencia de Dios. Acciones de gracias. Jaculatorias
Jueves (13)
San Diego de Alcalá, confesor (oración por los difuntos)
Las palabras: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21)
Reflexión: Le preguntaron cuándo iba a llegar el Reino de Dios
Propósito, durante el día: Unidos a Cristo: Eucaristía, comuniones espirituales
Viernes (14)
San José Pignatelli, confesor (oración por los difuntos)
Las palabras: “Quien pretenda guardar su vida, la perderá” (Lc 17,33)
Reflexión: Y el que la pierda, la recobrará
Propósito, durante el día: Fidelidad a la vocación de cada uno. Acción de gracias
Sábado (15)
San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia (oración por los difuntos)
Las palabras: “Les hará justicia sin tardar” (Lc 18,8)
Reflexión: El juez inicuo. La viuda que pedía justicia insistentemente.
Propósito, durante el día: Vida de oración: rezar, ofrecer, agradecer. Sin parar
(la reflexión y el propósito los fija cada uno, claro)
Las lecturas del domingo, día 9 (32ª s. TO, ciclo A), llenan de esperanza al que busca a Dios: que es la Sabiduría, “Quien madruga por ella no se cansa; la encuentra sentada a la puerta” (Sb 6); para la vida eterna, “Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4); y con la actitud de nuestras almas, “Las que estaban preparadas entraron con él al banquete” (Mt 25). Y señalan un propósito semanal: vivir en presencia de Dios y saber que “todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28)
PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO
- “La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a rezar por los difuntos, en particular ofreciendo por ellos la celebración eucarística: es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a las más abandonadas. El fundamento de la oración de sufragio se encuentra en la comunión del Cuerpo místico. Como afirma el Concilio Vaticano II, “la Iglesia de los viadores, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos de la religión cristiana guardó con gran piedad la memoria de los difuntos” (Lumen gentium, 50).” (Angelus, en la plaza de San Pedro, el día 2 de noviembre de 2014)
- “Esta maternidad de la Iglesia se expresa, en especial, en la persona del obispo y en su ministerio. En efecto, como Jesús eligió a los Apóstoles y los envió a anunciar el Evangelio y a apacentar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, son puestos a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como signos vivos de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos, por lo tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de un cargo honorífico. El episcopado no es una condecoración, es un servicio. Jesús lo quiso así. No debe haber lugar en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana dice: “Este hombre hizo la carrera eclesiástica, llegó a ser obispo”. No, no, en la Iglesia no debe haber sitio para esta mentalidad. El episcopado es un servicio, no una condecoración para enaltecerse. Ser obispos quiere decir tener siempre ante los ojos el ejemplo de Jesús que, como buen Pastor, vino no para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20, 28; Mc 10, 45) y para dar su vida por sus ovejas (cf. Jn 10, 11). Los santos obispos —y son muchos en la historia de la Iglesia, muchos obispos santos— nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se acoge en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, como Jesús que “se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 8). Es triste cuando se ve a un hombre que busca este ministerio y hace muchas cosas para llegar allí y cuando llega allí no sirve, se da importancia y vive sólo para su vanidad.” (Audiencia general, en la plaza de San Pedro, el día 5 de noviembre de 2014)
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