LO TRIBUTARIO
La reforma tributaria. IRPF (3): el ahorro
La renta ganada se gasta o se ahorra. Para ahorrar es preciso haber alcanzado un nivel de renta que permita satisfacer las necesidades según la situación económica de cada uno por la ley de utilidades marginales decrecientes. En la escuela se utilizaba el ejemplo del “sediento”: un primer vaso de agua tiene para él la máxima utilidad; un segundo, produce satisfacción; un tercero, se tolera; un cuarto se bebe si hay que hacerlo; un quinto, empieza a causar molestias. Y, así, hasta le enfermedad y la muerte.
En su día se debatió (Stuart Mill y los actuarios de seguros) sobre el tratamiento de las rentas según procedieran del trabajo, inevitablemente temporales, que obligaban a ahorrar lo posible para necesidades futuras o del capital, que permitían gastar todo lo ganado porque el capital inalterado seguiría rentando. De hecho, en los antiguos impuestos de producto los tipos de gravamen eran mayores para las rentas del capital. La reforma de 1978 consideró superado ese asunto y atendió sólo a la renta ganada cualquiera que fuera su origen. Pero la técnica se fue rindiendo a la política, quizá económica, y empezaron a aparecer reducciones en los rendimientos del trabajo y de actividad hasta llegar a la diferenciación de la base imponible según sea general o del ahorro (arts. 44 a 46 LIRPF) que lleva a la incoherencia.
En la reforma se considera renta general, que tributa según la escala general del impuesto (art. 63 y 74 LIRPF): los rendimientos del trabajo, los del capital inmobiliario, los de actividad, las imputaciones y los rendimientos del capital mobiliario y las ganancias patrimoniales que no sean renta del ahorro. Y ésta comprende tanto los rendimientos de capital mobiliario por participación en fondos propios de entidades, por cesión de capitales a terceros (con limitación para cesión a entidades vinculadas) y por operaciones de capitalización, seguros de vida e imposición de capitales (art. 25, 1, 2 y 3 LIRPF), como las ganancias originadas por la transmisión de elementos patrimoniales, eliminando la limitación temporal anterior que excluía las generadas dentro del año y considerando que también hay renta ahorrada aunque se produzca en una compra y una venta en el mismo día, que es el ejemplo evidente de renta especulativa. En la reforma la renta del ahorro se grava según una escala de tres tipos (arts. 66 y 76 LIRPF) inferiores a los equivalente de la escala general, salvando la excepcionalidad de la escala aplicable a la renta del ahorro de los que son contribuyentes aunque residan en el extranjero (art. 8.2 y 10.1 LIRPF). O sea: la renta de los que ganan bastante como para ahorrar, tributa menos. Lo que era una necesaria corrección técnica para evitar la aplicación indebida de la progresividad, ha llevado a una discriminación de rentas poco presentable. Y para evitar esa situación se inventó el remedio de reducir los rendimientos del trabajo. La reforma incluye en la reducción sólo los que no alcanzan el importe que establece la ley (art. 20 LIRPF), aunque para ellos y para los de mayor importe establece una minoración por “gastos distintos”, de más cuantía para las personas con discapacidad (art. 19 LIRPF). Una cosa lleva a la otra y como los rendimientos de actividad entrañan “trabajo” también se aplica una reducción pare ellos (art. 32 LIRPF) si su renta no es superior al importe que se señala. Los rendimientos del capital inmobiliario siguen siendo los perseguidos, pero no falta otra reducción para ellos en el caso de arrendamiento de inmuebles destinados a vivienda. En vez de reducir todos los componentes de renta, parece mejor eliminar las reducciones y bajar la tarifa.
DE LO HUMANO A LO DIVINO
Las noticias de la semana en España se centran en la curación de la enferma por ébola, aunque proliferan las referidas a casos de corrupción descubiertos años después. Todos los que han rezado, no paran de dar gracias a Dios. Otros, aprovechan para la crítica.
La vida del cristiano, hijo de Dios, hermano de Jesucristo, protegido del Espíritu Santo, es vida de oración. La amable convivencia, el trabajo bien hecho, las alegrías y los sinsabores, los éxitos y los fracasos, la sequedad y el consuelo espirituales, el paisaje urbano o rural, la fatiga y el descanso, todo es ocasión de ofrecimiento, de acción de gracias, de oración porque el cristiano vive con Él y en Él. Oración que se manifiesta en palabras repetidas durante siglos, en palabras que brotan del corazón y, muchas veces, sólo en miradas. “Yo le miro y Él me mira”, explicaba el lugareño al santo Cura de Ars cuando le preguntaba sobre sus diarias visitas al Santísimo. Cada mañana comentaba con Dios aquel estudiante que, al ir a misa, veía una veleta en un tejado, señalando siempre en la misma dirección, fijada así, quizá por temor a que se desprendiera por la herrumbre: “Señor, no cumple su función originaria, pero me recuerda la fidelidad inamovible a lo que de verdad importa y, además, hace que te hable cada mañana”.
La oración vocal, con palabras que no cambian a pesar de los años, permite mantener la alegría de la juventud cualquiera que sea la edad del que la dice. Los años que pasan lo que aseguran es el distinto sentido que damos a las palabras de siempre, aunque la oración sea tan entrañable como “Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón. Tuyo es mío, no.”. Los de más edad, que han vivido amores y desengaños, saben bien lo que es dar el corazón y sienten la urgencia y la confianza de dárselo a Dios que es Amor y que no nos falla. Muchos mayores aún rezan cada mañana la oración de los tiempos de colegio: “Oh, Corazón Divino de Jesús, por medio del Corazón Inmaculado de María Santísima, os ofrezco las oraciones, obras y sufrimientos de este día, para reparar las ofensas que se os hacen y por las intenciones encomendadas para este mes y para éste día”. Y por la noche: “Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. Si me desamparas que será de mí. Ángel de la Guarda ruega a Dios por mí”. Y le han puesto nombre a su ángel y saludan a los ángeles que están en la casa que visitan o a los que están junto al Sagrario, día y noche, acompañando y dando gloria al Divino Cautivo por amor, o al de la persona con la que hablan. A cualquier edad, son cosas del corazón de niño que sabe que Dios es su Padre.
El sentido de las palabras. Ser consciente de lo que se dice: “Padre nuestro... Hágase tu voluntad... No nos dejes caer en la tentación...”; “Bendita eres... Ruega por nosotros ¡ahora! y en la hora de nuestra muerte”. En la misa más de uno sentirá que es algo “inaudito”, aunque se dice y se oye cada día, la confesión pública que hacemos: “Yo pecador, me confieso a Dios... y a vosotros, hermanos, que pequé con el pensamiento, palabra y obra... Por tanto ruego... a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí a Dios nuestro Señor”. Qué estupenda sensación de vivir en Iglesia, de participar de la Comunión de los Santos. Si la vida ordinaria es trabajo que se debe santificar, que nos santifica, que debe santificar a los demás, también la oración es trabajo. Muchos santos terminaban agotados después de la oración mental. Todos sabemos lo que es luchar con la desgana, con las distracciones. Ofreció un santo su burro al que rezara un Avemaría sin distracción. Empezó uno: “Dios te salve, María...”, paró y preguntó: “¿También la albarda?”. Se podrían haber oído las risas alborozadas de los ángeles en el cielo.
LA HOJA SEMANAL
(del 27 de octubre al 1 de noviembre)
Lunes (27)
San Vicente Sabina, mártir (semana 30ª TO)
Las palabras: “Mujer queda libre de tu enfermedad” (Lc 13,12)
La reflexión: La mujer encorvada desde hacía 18 años. No pidió nada.
Propósito, durante el día: Presencia de Dios: en todo lo que ocurre cada día
Martes (28)
San Simón, el Zelotes, y san Judas Tadeo, apóstoles
Las palabras: “Escogió a doce de ellos” (Lc 6,13)
La reflexión: Jesús pasó la noche anterior orando
Propósito, durante el día: Vocación: elegido para ser santo, en mi estado y situación
Miércoles (29)
San Narciso, obispo
Las palabras: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha” (Lc 13,24)
La reflexión: Hay últimos que serán los primeros, y primeros que serán los últimos
Propósito, durante el día: Fidelidad: aunque me cueste, aunque no pueda. Siempre fiel
Jueves (30)
San Claudio, mártir
Las palabras: “¡Cuantas veces he querido reunir a tus hijos!” (Lc 13,34)
La reflexión: Pero no habéis querido
Propósito, durante el día: Lo que Tú quieras, como quieras, cuando quieras.
Viernes (31)
San Alonso Rodríguez, confesor
Las palabras: “Encontró delante, un hombre enfermo de hidropesía” (Lc 14,2)
La reflexión: Tocando al enfermo, lo curó. No pidió nada
Propósito, durante el día: Confianza: Dios es mi Padre y quiere lo mejor para mi
Sábado (1)
Solemnidad de Todos los Santos
Las palabras: “Estad alegres y contentos” (Mt 5,12)
La reflexión: Porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Bienaventuranzas
Propósito, durante el día: Acción de gracias: Dios me quiere, me cuida, me espera
(la reflexión y el propósito los fija cada uno, claro)
Las lecturas del domingo, día 26 (30º TO, ciclo A), nos llenan de paz y alegría: “Yo soy compasivo” (Ex 22); Jesús “nos libra del castigo futuro” (1 Tes 1); “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón... Amarás a tu prójimo como a ti mismo...” (Mt 22). Cristianismo es amor: se trata de amar al Amor y amar a todos por el Amor que se desborda en nuestro corazón. Y viviendo ese propósito semanal, preparamos con gozo y esperanza la solemnidad de Todos los Santos que, desde el cielo, nos animan e interceden por cada uno de nosotros. Y, en esa comunión de amor, rezamos por los Fieles Difuntos que esperan vivir sin fin en el estado de cielo que es ver a Dios.
PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO
“Lo que brota de ello, entonces, es una profunda comunión de amor. En este sentido, es iluminador cómo Pablo, exhortando a los maridos a “amar a las esposas como al propio cuerpo”, afirma: “Como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo” (Ef 5, 28-30). Qué hermoso sería si nos acordásemos más a menudo de lo que somos, de lo que hizo con nosotros el Señor Jesús: somos su cuerpo, ese cuerpo que nada ni nadie puede ya arrancar de Él y que Él recubre con toda su pasión y todo su amor, precisamente como un esposo con su esposa. Este pensamiento, sin embargo, debe hacer brotar en nosotros el deseo de corresponder al Señor Jesús y compartir su amor entre nosotros, como miembros vivos de su mismo cuerpo. En la época de Pablo, la comunidad de Corinto encontraba muchas dificultades en ese sentido, viviendo, como a menudo también nosotros, la experiencia de las divisiones, las envidias, las incomprensiones y la marginación. Todas estas cosas no están bien, porque, en lugar de edificar y hacer crecer a la Iglesia como cuerpo de Cristo, la dividen en muchas partes, la desunen. Y esto sucede también en nuestros días. Pensemos en las comunidades cristianas, en algunas parroquias, pensemos en nuestros barrios, cuántas divisiones, cuántas envidias, cómo se critica, cuánta incomprensión y marginación. ¿Y esto qué conlleva? Nos desune entre nosotros. Es el inicio de la guerra. La guerra no comienza en el campo de batalla: la guerra, las guerras comienzan en el corazón, con incomprensiones, divisiones, envidias, con esta lucha con los demás. La comunidad de Corinto era así, eran campeones en esto. El apóstol Pablo dio a los corintios algunos consejos concretos que son válidos también para nosotros: no ser celosos, sino apreciar en nuestras comunidades los dones y la cualidades de nuestros hermanos. Los celos: “Ese se compró un coche”, y yo siento celos. “Este se ganó la lotería”, son también celos. “Y a este otro le está yendo bien, bien en esto”, y son más celos. Todo esto divide, hace daño, no se debe hacer. Porque así los celos crecen y llenan el corazón. Y un corazón celoso es un corazón ácido, un corazón que en lugar de sangre parece tener vinagre; es un corazón que nunca es feliz, es un corazón que divide a la comunidad. Entonces, ¿qué debo hacer? Apreciar en nuestras comunidades los dones y las cualidades de los demás, de nuestros hermanos. Y cuando surgen en mí los celos —porque surgen en todos, todos somos pecadores—, debo decir al Señor: “Gracias, Señor, porque has dado esto a aquella persona”. Apreciar las cualidades, estar cerca y participar en el sufrimiento de los últimos y de los más necesitados; expresar la propia gratitud a todos. El corazón que sabe decir gracias es un corazón bueno, es un corazón noble, es un corazón que está contento. Os pregunto: ¿Todos nosotros sabemos decir gracias, siempre? No siempre porque la envidia y los celos nos frenan un poco. Y, por último, el consejo que el apóstol Pablo da a los corintios y que también nosotros debemos darnos unos a otros: no considerar a nadie superior a los demás. ¡Cuánta gente se siente superior a los demás! También nosotros, muchas veces decimos como el fariseo de la parábola: “Te doy gracias Señor porque no soy como aquel, soy superior”. Pero esto no es bueno, no hay que hacerlo nunca. Y cuando estás por hacerlo, recuerda tus pecados, los que nadie conoce, avergüénzate ante Dios y dile: “Pero tú Señor, tú sabes quién es superior, yo cierro la boca”. Esto hace bien. Y siempre en la caridad considerarse miembros unos de otros, que viven y se entregan en beneficio de todos (cf. 1 Cor 12–14).” (Audiencia, en la plaza de San Pedro, el 22 de octubre de 2014)
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