LO TRIBUTARIO

La inspección tributaria: la reforma

Se ha considerado que, tras los más de dos años en que se han aprobado medidas tributarias que se consideraban convenientes para superar la crisis económica, logrado el objetivo y ya en el camino hacia el crecimiento, ha llegado el tiempo de revisar el sistema tributario. Con esa finalidad se encargó primero un informe a una comisión y, emitido, su informe, se dio publicidad a los anteproyectos de ley que contenían modificaciones en la Ley General Tributaria y en algunos impuestos, como el IRPF, el IRNR, el IS o el IVA. Los proyectos de ley han sido enviados para su debate y aprobación parlamentaria. De tales textos se toma aquí lo que puede ser un capítulo final, aunque sea provisional, de la serie referida a la Inspección tributaria.

Aunque son varios los artículos de la LGT que se pretende modificar o añadir, en los que afectan a la Inspección el específico trata de la duración de las actuaciones inspectoras (art. 150) y, en su consideración, es inevitable señalar la generalizada tendencia de la Administración, tan exigente en el control de su cumplimiento por los administrados, a no cumplir ella los plazos, a pesar del mandato legal (art. 3 Ley 30/1992) que somete la actuación administrativa a la ley y al Derecho. En este sentido se debe recordar que en la regulación del Derecho Administrativo común, ya hubo que regular los efectos del silencio administrativo para cuando la Administración incumpliera la ley que le obliga a resolver de forma expresa y en plazo los procedimientos iniciados a instancia de los administrados. Del mismo modo, la caducidad fue un remedio jurídico para el incumplimiento de plazo en los procedimientos iniciados de oficio. Y se consideró una exigencia constitucional que todos los procedimientos tuvieran señalado un plazo de terminación.

En lo tributario, el reglamento de inspección de 1986 estableció que la inspección tributaria duraría “los días precisos”, regulando los efectos de paralizaciones injustificadas por más de seis meses que eliminaban la interrupción de la prescripción. En 1993 se reguló los plazos de duración de los procedimientos tributarios, pero se señaló que la inspección no tenía plazo máximo de duración. La jurisprudencia del TS de 1996 y 1997 señaló límites de terminación de las inspecciones y en 1998 proclamó que no tener plazo no significaba que pudieran ser “eternas”, invocando la “perención” del procedimiento como límite temporal. La Ley de 1998 avanzó en esa línea, pero la jurisprudencia del TS abandonó la anterior doctrina y desactivó la previsión legal. La LGT/2003 señala que incumplir el plazo no determinaba la caducidad, de modo que las actuaciones continuarían hasta su terminación. Si antes ya tuvo que corregir el TS el empleo de “diligencias argucia” que procuraban interrumpir la inactividad por más de 6 meses, después fue necesario corregir “rodeos de la ley” en la ampliación del plazo de las inspecciones (de 12 a 24 meses) y, sobre todo, en el cómputo de “dilaciones” imputables a los administrados. Con las modificaciones que se pretenden el anterior plazo general de 12 meses pasaría a ser de 18 y el ampliado de 24 a 27. Y aún este mayor plazo se podría extender por aplazamientos solicitados por el inspeccionado antes del trámite de audiencia (ap. 4) o si no se aporta íntegramente la información o documentación requerida por la Inspección (ap. 5). Se acaba con las “dilaciones” y su cómputo y se regulan las circunstancias que determinan la suspensión del procedimiento (ap. 3) hasta que cesen. Se oculta que la seguridad jurídica no está en saber la duración, sino en acortar el tiempo de inseguridad desde la declaración hasta la liquidación.

DE LO HUMANO A LO DIVINO

Si no fuera, desgraciadamente, por las tristes noticias de cada día sobre los muchos, siempre demasiados, conflictos bélicos y sobre el desastre del ébola, es difícil encontrar otras de interés general. Los vaciamientos de las grandes urbes y el abarrotamiento de algunas pequeñas localidades, propios del “ferragosto”, no proporcionan más novedad destacable que las también tristes noticias de los accidentes de tráfico en las carreteras. Aún así, alguna hay muy buenas, como ha sido la visita del Papa a Corea del Sur, con una acogida popular impresionante.

No sería una noticia menor haber descubierto en estos días del verano que “Dios está a la escucha” permanentemente, esperando a todos, y a cada uno, los hijos que se marcharon, preparando su acogida sin darles tiempo ni siquiera a pedir perdón (Lc 15, 11-32) y que, en nuestra relación con Él, debe presidir la sencillez y la naturalidad. El cristiano que ha acogido la fe que se le ha dado, sabe que habla con el Padre, que tiene al Hijo como hermano y modelo y que está arropado con la gracia del Espíritu Santo que le anima, le ayuda y que intercede por él.

La historia de Jonás, en el breve libro que lleva su nombre, puede ser un precioso pasaje bíblico para pasar un rato disfrutando de lo que en él se dice. Todo empieza cuando el Señor se dirige a Jonás, hijo de Amitay, diciéndole: “-Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y pregona en contra de ella, porque su perversidad ha subido hasta mi presencia”. Tan peculiar mandato provoca una reacción “natural”: “Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor” (Jon 1,3). A continuación, se relata el viaje y “el pez enorme”, incluido el salmo con el que Jonás oró al Señor (Jon 2) hasta que Dios ordenó al pez que vomitara a Jonás en tierra firme. Y allí se produce, por segunda vez, el mandato del Señor. Jonás se levantó y estuvo un día entero deambulando por la ciudad, predicando y diciendo: “- Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”. Cumplir la voluntad de Dios, aunque a veces nos parezca imposible, tiene estas cosas: las gentes de Nínive creyeron en Dios. Convocaron a un ayuno y se vistieron de saco del mayor al más pequeño (Jon 3,5), incluyendo el rey y sus magnates. Dios miró sus obras, cómo se convertían de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había dicho que les iba a hacer y no lo hizo (Jon 3,10). De que cada uno cumpla la voluntad de Dios dependen cosas grandes que no se habría podido creer.

“Pero Jonás se llevó un gran disgusto y se enojó” (Jon 4.1); a veces la misericordia de Dios provoca reacciones inesperadas en los hombres que juzgan el hacer divino.

Y así se llega al pasaje divertido. Jonás salió de la ciudad y se detuvo a levante. Allí se hizo una cabaña, y se sentó debajo, a la sombra, a la espera de lo que sucediera en la ciudad. El Señor Dios dispuso que un ricino creciera por encima de Jonás para darle sombra en la cabeza y librarlo de su malestar. Jonás sintió gran dicha por aquel ricino. Pero el Señor dispuso que, al rayar la aurora, al día siguiente, un gusano atacara el ricino que se secó. Y, al brillar el sol, Dios dispuso un viento solano sofocante, y pegó en la cabeza de Jonás. Volvió a decir: “Más me vale morir que vivir”. Respondió Dios: “-¿Te parece bien enojarte por un ricino?”. Él contestó: “Me parece bien enojarme hasta morir”. Replicó el Señor: “Tú te apiadas por un ricino, por el que no te has pasado fatiga alguna, ni le has hecho crecer, que una noche ha nacido y una noche ha perecido. Pues Yo ¿no he de apiadarme de Nínive…?” (cf. Jon 4,5-10). Hablar con Dios. Nada menos.

LA HOJA SEMANAL
(del 25 al 30 de agosto)

Lunes (25)

San José de Calasanz, presbítero (semana 21ª TO)
Las palabras: “¡Ay de vosotros, guías ciegos…!” (Mt 23,16)
La reflexión: Los escribas y fariseos. El camino equivocado. Presencia de Dios
Propósito, durante el día: ¡Señor, que vea! Lo que quieres de mí; aquí; ahora.

Martes (26)

Santa Teresa de Jesús Chornet e Ibars, virgen (patrona de la ancianidad)
Las palabras: “Descuidáis el derecho, la compasión y la sinceridad” (Mt 23,23)
La reflexión: Filtráis un comino y os tragáis un camello. Vida interior
Propósito, durante el día: Dios mío, lo que quieras, como quieras, porque lo quieres

Miércoles (27)

Santa Mónica
Las palabras: “Os parecéis a sepulcros encalados” (Mt 23,27)
La reflexión: La apariencia. La unidad de vida
Propósito, durante el día: Dios mío, enséñame, ayúdame; que yo sirva, que ayude

Jueves (28)

San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Las palabras: “No sabéis en qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24,42)
La reflexión: Estar preparados. Vida de oración
Propósito, durante el día: Dios mío, dame luz, dame fuerzas; ten compasión de mi

Viernes (29)

Martirio de san Juan Bautista
Las palabras: “Pídeme lo que quieras” (Mc 6,22)
La reflexión: Las pasiones. Las virtudes
Propósito, durante el día: No nos dejes caer en la tentación. Líbranos del Malo

Sábado (30)

San Pedro, ermitaño
Las palabras: “Muy bien. Eres un empleado fiel” (Mt 25,21)
La reflexión: Parábola de los talentos. Vida estéril. Preparando el cielo
Propósito, durante el día: Gracias por lo que me has dado, por lo que me has preparado

(la reflexión y el propósito los fija cada uno, claro)

Las lecturas del domingo día 24 (semana 21ª TO) nos recuerdan el poder de Dios y su gracia para con nosotros: le da poderes a Eliacín (Is 22); nadie le ha dado primero a Dios para que tenga que devolver (Rm 11); el poder del infierno no derrotará a la Iglesia (Mt 16). Por dos veces se nos habla de “llaves”, de abrir y cerrar: después de las “vacaciones” es buena ocasión, todo tiempo es oportuno, para gozar de la gracia del sacramento de la Confesión, y animando a otros a hacerlo también.

PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO

- “El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos proteja del mundo.
Es significativo, ante todo, que Jesús pida al Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos aparte del mundo. Sabemos que él envía a sus discípulos para que sean fermento de santidad y verdad en el mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En esto, los mártires nos muestran el camino.
Poco después de que las primeras semillas de la fe fueran plantadas en esta tierra, los mártires y la comunidad cristiana tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Habían escuchado la advertencia del Señor de que el mundo los odiaría por su causa (cf. Jn 17,14); sabían el precio de ser discípulos. Para muchos, esto significó persecución y, más tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo –pertenencias y tierras, prestigio y honor–, porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro.
En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir.” (Homilía, en la Puerta de Gwanghwamun, en Seúl, el día 16 de agosto de 2014)
- “ En su vida cristiana tendrán muchas veces la tentación, como los discípulos en la lectura del Evangelio de hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado. Estas personas siguen gritando como la mujer del Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión.” (Homilía, en el castillo de Haemi, el 17 de agosto de 2014)
- “Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno.
Éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo. Reciban su gracia reconciliadora en sus corazones y compártanla con los demás. Les pido que den un testimonio convincente del mensaje de reconciliación de Cristo en sus casas, en sus comunidades y en todos los ámbitos de la vida nacional. Espero que, en espíritu de amistad y colaboración con otros cristianos, con los seguidores de otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que se preocupan por el futuro de la sociedad coreana, sean levadura del Reino de Dios en esta tierra. De este modo, nuestras oraciones por la paz y la reconciliación llegarán a Dios desde corazones más puros y, por el don de su gracia, alcanzarán aquel precioso bien que todos deseamos.” (Homilía, en la catedral de Myeong-dong, en Seúl, el día 18 de agosto de 2014)

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